La rotunda inconsistencia del liberalismo (I)
Un sistema ideológico basado en falsedades pretende ahormar la sociedad a los intereses de unos pocos
No es sitio ni entorno para desarrollar una teoría política sobre las radicales inconsistencias de los principios del liberalismo y del libre mercado. Pero sí para asentar un rotundo no a las falsedades del liberalismo, que en definitiva es un señuelo y un engañabobos para autocomplacientes y acríticos.
Ambos conceptos, liberalismo y libre mercado, toman su sustento intelectual en un concepto simplón y falso: todo los que constituye bienes, naturales o no, es ilimitado y así se deduce que cualquiera que se lo proponga puede hacerse un hueco como acaparador de esos bienes, lo que se dice hacer fortuna. Vamos, que todos podemos ser "ricos" y el que no lo consigue es que no sabe o no quiere o es un vago irredento, pero que haber, hay para todos. De los principios elementales de la lógica se tiene una regla simple: A implica B es lo mismo que decir que la negación de B implica la negación de A. Y en ese planteamiento elemental estamos en este punto.
Si el petróleo, por ejemplo, fuera ilimitado y al alcance de todos, no estaría a 120 dólares el barril y subiendo. Si el agua, sí el agua, no estuviera en manos de unas pocas compañías, y no al alcance de todos como negocio, no estaría en términos reales a más de 1 euro el metro cúbico. Si el trabajo estuviera disponible para todos, no habría paro ni crisis y qué bien. Y así cientos de ejemplos. Como se puede ver, estos casos ponen de manifiesto la imposibilidad de mantener el principio liberal citado. Por tanto hemos de concluir que como esos bienes y derechos no están al alcance y mucho menos ilimitado de todos, debemos concluir que no todos pueden acceder a ellos. Y esta es una prueba del nueve de la falacia del citado principio liberal.
Cuando un principio se impone a costa de cualquier otra consideración y sobre todo si es un principio insostenible, estamos en un totalitarismo dogmático, que es precisamente de lo que va el liberalismo. Está bien que cuando los Padres Peregrinos arribaron a las costas de Norte América, ante la inmensidad de espacios, en la práctica "ilimitados, con una naturaleza generosa y totalmente virgen a la explotación, se pudiera dar lugar a un entorno social en el cual con los años se fueran asentando principios como el repetidamente referenciado. Si no tenias una finca en la actual Virginia era porque no te lo proponías pues bastaba avanzar hacia el oeste para crear tu propia hacienda. Pero claro, ni Virginia era ni es infinita ni lo es el mundo entero. Así que eso no daba más de sí. Y luego la expansión al medio oeste y al lejano oeste abundó en lo mismo, hasta alcanzar el Pacífico, donde ya no era posible avanzar más. Valga este ejemplo de expansión aparentemente ilimitada para que el principio liberal se incrustara en la neurona social norteamericana hasta el punto de que nadie lo pusiera en cuestión ante la evidencia de su falsedad y se siga poniendo en la mesa una y otra vez sobre todo por parte de la extrema derecha de ese país, con personajes tan insolventes e ignorantes como los candidatos y ex candidatos republicanos, que como Shara Palin, no hace más que ahondar en ese apriorismo falso en todo punto. Y además está la tontería de someter todo valor económico a la productividad sin más ¿qué queremos, agotar el planeta en dos generaciones?
No es que haya un modelo desarrollado y probado de sostenibilidad económica y armonía social. Los experimentos no liberales han dado malos resultados en su puesta en escena y valga por todos el modelo soviético post Segunda Guerra mundial, que entre otras cosas no era sino un modo de imperialismo sobre todo territorial. Pero el sistema liberal tampoco da solución a la sostenibilidad y a la armonía sociales, con cargas justas a cada individuo y un modelo razonable de reparto y acceso universal a los parámetros irrenunciables de una sociedad equilibrada: sanidad, enseñanza y protección social al menos.
El liberalismo radical reaganiano y thatcherista, ciertamente distanciado de evoluciones como el alemán y en menor medida el británico tradicional, ha establecido como principio dogmático que el mercado se autoregula a través de los mecanismos de compensación de fuerzas entre la oferta y la demanda, entre otras simplezas. Un apriorismo cuyo asentamiento en gentes intelectualmente dotadas es difícil de aceptar y en ese caso debemos derivar al interés como cimiento para aceptarlo como dogma. La falsedad se asienta, además, en la experiencia contrastada, caso del mercado mundial del petróleo y del gas, de que son unas pocas compañias y unas pocas naciones las que manejan ese mercado, a costa de un encarecimiento artificial de los bienes y servicios en cuya base se encuentran tales productos, que como todo el mundo sabe son todos pues la energía es uno de los pies de apoyo de la actividad económica, ñiberal o no, en su conjunto.
El liberalismo, el mercado, la propiedad privada son prácticas ideológicas preponderantes que ponen de manifiesto la prevalencia del individuo y sus derechos frente a la sociedad. Dicho así, no es de extrañar la encarnizada lucha política de la derecha por denigrar y abandonar lo público: desde el impuesto de sucesiones hasta el abandono de la gestión de hospitales en manos de empresas privadas, la creciente ayuda a la enseñanza privada o el menoscabo y dejación de las políticas de asistencia a mayores y desfavorecidos económicos.
Sólo así se explica que incluso se dé por bueno sin que nadie exclame en contra el hecho de que para ayudar a la banca insolvente e inmoral, se acepte, sin tan siquiera cuestionarlo en el Congreso, que ésta tome dinero del Banco Central Europeo al uno por ciento y se le compre por el Estado al cinco por ciento, siendo que la pregunta de por qué no se presta ese dinero puenteando a la banca ni siquiera existe. Eso es un expolio y un atraco, cuando no un robo. De este modo, se sustrae de la riqueza nacional un montante de muchos miles de millones de euros anuales a costa de la sociedad en beneficio de unos cuantos, que no son sino los accionistas bancarios y sus dirigentes. Lo de siempre, claro, se privatiza el beneficio y se socializan las pérdidas. Una conducta repugnante de los líderes políticos que asienten y se postran ante el dios mercado.