"Cuando nos oigan rugir
empezarán a sufrir.
Sufrir es necesario
para entender al vasallo.
Hija, si nos callamos,
el ronzal nos colocamos".
Anónimo tresvallense
El libre mercado es un sistema antidemocrático
Basadas en la desregulación y en la minimización del Estado, las gravísimas contradicciones democráticas del sistema económico-social defendido por los neoliberales, represivo y a muerte si llega el caso, siempre contra la mayoría, ponen en evidencia que nada les importa sus defensores más que el beneficio incluso yendo contra esa mayoría que les sustenta y nutre. Esa es su esencia y esa es su indecencia y por eso sus seguidores son demócratas de conveniencia o directamente antidemócratas.
El Estado, proclaman hipócritamente, es innecesario para los capitalistas -léase neoliberales y liberales- ¡salvo para rescatarles cuando pintan bastos y para ordeñarle sin piedad en cuanto tienen ocasión! De ahí la principal causa de la corrupción en España, crónica y estructural, entre otras causas por sacar del Estado todo lo que pueden y por los medios que estén a su alcance, incluidos cohechos y sus prevaricaciones correspondientes casi siempre impunes. De hecho en España no hace falta regular los lobbies pues ya tienen un ministerio a su mano, el de industria, desde el que regulan los precios de todo lo que está a su alcance: energía y su distribución sobre todo. Muchos economistas aseguran que ese Ministerio es una sucursal de la CEOE y de las grandes empresas y si no ¿por qué el tremendo varapalo a las renovables, entre otras muchas cosas de imposible justificación?
La derecha ha confiado siempre en la dispersión y estanqueidad de la voluntad del pueblo -se manifiesta hasta ahora cada cuatro años, quedando inerte entre tanto pero cada vez menos- para imponer sus criterios contra el pueblo. Por eso la derecha tiene pavor ante los movimientos sociales persistentes, como el 15M y la PAH. Y su esfuerzo para anularlos y desacreditarlos, como siempre ha ocurrido con los sindicatos, a la vista está, no cesa por ningún lado en las trincheras de la prensa cavernaria y anti social. Y también, por eso, no se despeinan moralmente cuando, llegado el caso, imponen por la fuerza, de policía de todo tipo y de las armas, la voluntad, su voluntad, a la mayoría. Por eso en nada deploran la connivencia histórica de la derecha con las dictaduras (véanse España, Chile y demás dictaduras ibero americanas, aparte del fascismo y nazismo, que se nutrieron sobre todo de las filas de la derecha de los respectivos países). Mayor Oreja ya lo dejó muy claro, cuando dijo que en tiempos de Franco se vivía muy bien, añosen que se entregó todo el país, por muy pobre que fuera, a una oligarquía connivente con el régimen dictatorial, arrobándose así con los logros de una organización criminal que se impuso al pueblo por el terror y tras dejar las cunetas y vallas de los cementerios firmadas, indeleblemente, con el crimen de Estado y nos referimos a lo que pasó a partir de 1939 y durante décadas, cuando Oreja vivía complaciente con todo ello según parece.
El mundo, Europa y España necesitan ya de un escrache extremo contra el libre mercado en los términos en que se manifiesta, que no es sino contra el propio pueblo, es decir contra la mayoría sociológica y por eso es antidemocrático. No es antidemocrático el escrache, de ninguna manera, pues cuando los gobernantes y legisladores no quieren oír al pueblo,-véase lo que ha pasado con la ILP contra los desahucios- se deben de atener a las consecuencias siempre dentro del respeto a las personas, a su intimidad y al juego democrático. En todo caso serán censurables las conductas particulares que rebasen lo admisible, pero nada más. Y eso por las dos partes, pues es mucho más repudiable el escrache del poder contra su pueblo.
Ya lo dijo Rajoy: lo que él quería era hacer feliz a los españoles. Esto es de loar pues desde antiguo -Confucio, 500 A.C.- ya quedó escrito que el primer deber del gobernante es ese y si no lo consigue se debe retirar del cargo. Lo que Rajoy no dejó suficientemente aclarado fue cómo se las iba a arreglar; su traidor programa oculto se desveló a través de medidas opuestas a las contratadas con los votantes que le dieron su confianza.
Ya era extraño que un dirigente rancio y anticuado como Rajoy y, por qué no decirlo, también intelectualmente deleble, tuviera como primera opción el beneficio de la mayoría. Él, que se ha encargado, en cuanto ha tenido ocasión, de poner en valor que pierde dinero con la política. Como buen acólito neoliberal, nada le ha importado engañar deliberadamente al pueblo, ese pueblo que tras ser ninguneado no se levanta y le saca,figuradamente hablando, los ojos -tal como hiciera llegado el caso la justicia en la sombra de Tres Valles , literalmente hablando-; eso sí, todo lo que hace es, dice Rajoy sin vergüenza ni decoro, para llegar a hacer feliz a sus gobernados. ¡Anda ya, este impresentable y sus pares creen a pies juntillas que el pueblo es estúpido y merecedor de sus escarnios y mentiras!
Lo que llaman pomposamente libre mercado, apropiándose sin decoro del término libertad cuando debieran decir mercado totalitario, el capitalismo, se sustenta sobre la premisa de anteponer el beneficio incluso, y sobre todo, al bienestar de la mayoría, rompiendo así la posibilidad de aplicar aquel primer principio del buen gobernante que se relega de tal modo al primero y principal, para ellos, del beneficio de unos pocos. Por eso el capitalismo permite que los empresarios de éxito acumulen capital sin más limitación que su capacidad para generar beneficios.
Este estado de cosas debe de cambiar de inmediato pues cuando ya se han amortizado con suficiencia las inversiones y gastos que conlleva la empresa, no debe haber otro beneficiario preferente que el pueblo, la mayoría. Que nadie se asuste, eso ya pasa con los derechos intelectuales, incluidas las patentes, cuya exclusividad caduca. Es decir, proceder a devolver al pueblo al menos parte de lo casi siempre abusivamente acaparado. Al fin y al cabo, sin pueblo, o sin mercado si se prefiere, no hay beneficio que valga. Por tanto, no es de recibo el empresario cuentacorrentista que vive de la inercia de los beneficios mientras dura el negocio. Eso debe limitarse, vía impuestos superprogresivos o vía incautación social de los medios de producción en tal situación de abuso.
El beneficio extremo y la plusvalía también son, en muchos casos, recursos que se extraen de la sociedad por anticipado por quienes, legal o ilegalmente, moral o inmoralmente, los generan, detrayendo así los mismos al disfrute y beneficio del resto de mortales y sobre todo, restándolos del bienestar de las generaciones futuras.
Dos ejemplos muy sencillos y fáciles de comprender: el petróleo y los fertilizantes. Su uso excesivo hoy, cuyo final es generar beneficios inmediatos a los productores y sobre todo a los intermediarios, es un lastre terrible e inasumible para el futuro. Parece ser que los economistas, para suavizar la gravedad de las cosas, omiten ante gobernantes y pueblo mencionar la gravísima e irreversible incidencia de su finitud próxima, la de esos bienes naturales, en el futuro de la humanidad. Y eso es dirigirse a un agujero negro del que será imposible escapar (no nos referimos al agujero negro de Dolores Cospedal, que nadie se alarme).
Por tanto, nada importa para los defensores acérrimos del libre mercado el bienestar del pueblo, salvo para establecer las condiciones mínimas que les permitan mantener, siempre, el flujo de plusvalías desde la mayoría hacia la minoría y, sobre todo, el diferencial, que es lo importante, con la mayoría -la clase minoritaria contra la clase mayoritaria y esto refuerza la teoría de las clases sociales y sus intereses contrapuestos lo que genera unas tensiones que terminan por hacerse visibles-. Y por eso, por hacer que prevalezca el interés particular ante el general, es por lo que ese sistema no es democrático.
Un ejemplo actual: la dictadura del capitalismo extremo practicado por el BCE contra los europeos. Para entenderlo no debe de olvidarse el origen de su presidente, Mario Draghi. Un dirigente en su día de una de las cabezar de la hidra del capitalismo mundial donde se programó, entre otros lugares y conscientemente, la actual crisis. Porque esta crisis, que nadie lo olvide, tiene una finalidad y en nada es casual: someter incluso a países completos a los intereses de la cúpula capitalista mundial (Ver el libro de Estulin sobre el Club de Bilderberg, que a pesar de ciertas exageraciones y hasta paranoias no deja de aportar muchas luces sobre el verdadero gobierno del mundo).
Un ejemplo más. La propuesta del Gobierno andaluz sobre la adquisición de medicamentos, que el Gobierno central, contra los intereses del pueblo, se ha encargado de anular.
Otro ejemplo más cercano. Los gobiernos de España han preferido entregar billonarias ayudas a los bancos antes que a los ciudadanos en dificultades, lo que hubiera podido articularse, en parte, a través del establecimiento de medidas fiscales o de crédito directo del Estado a esas personas hoy excluidas de la sociedad; todo esto hecho con la única finalidad de que estos bancos españoles, de forma inmediata, pagaran sus deudas a sus acreedores, es decir a los bancos alemanes que antes habían regalado ese capital porque no tenían donde invertirlo. Por eso, esas ayudas a la banca, que son de todos, en modo alguno han podido revertir en beneficio de la mayoría, es decir del pueblo y en definitiva se ha hecho contra el pueblo. En conclusión, no han valido para ayudar a los hambrientos, sí, a esos hambrientos que ya habitan en nuestras escaleras, en nuestras manzanas y barrios; ni a los que reclaman la sanidad pública en manos de lo público, ni a los mayores y desasistidos; todo ello sobre las mentiras reiteradas de los gobiernos que deliberadamente han evitado informar de ello a los españoles, sin tapujos, sometiéndose por anticipado al dictado del mercado y contra en bienestar del pueblo.
¿Más ejemplos? Lean a José Luis Sampedro (+) y a Vicenç Navarro, sin ir más lejos.