La inteligencia consiste, siempre, y más si se quiere en estos casos, en tomar la decisión que la lógica impulsa y presenta por si sola después de un proceso de depuración y descarte, siempre antes de pasar a los hechos consumados. No es inteligente jugar al proceso que quiere abrir la Generalitat aplicando las técnicas de prueba y error, que en otras ramas de la actividad humanas dan estupendos resultados porque tales procesos se llevan a cabo en entornos reducidos y acotados denominados laboratorios. Tal es el caso de los experimentos científicos, sobre todo en el ramo de las ciencias "bio". Así se forman estadísticas y se perfilan protocolos, después de muchos descartes que las experiencias exigen.
En el caso del referéndum no cabe hacer uso de tales sistemas de toma de decisión. Supongamos que se convoca la consulta y que el resultado es 51-49 o 60-40, siempre a favor de la propuesta secesionista. Se plantean varias cuestiones entonces, como por ejemplo y sin ser ni mucho menos exhaustivo, que
- ¿Cabe una segunda, tercera o cuarta o enésima convocatoria?
- Si se considera que una sola votación es definitoria, ¿es eso democrático?
- ¿Será considerado por el Estado emergente la convocatoria de un nuevo refréndum dentro de sus fronteras para el mismo fin y sobre los neo nacionales catalanes?
En los años cuarenta del siglo XX una gran nación, que ya lo había sido durante siglos o milenios, y que albergaba dos comunidades claramente diferenciadas por una significativa barrera religiosa al menos de parte de una esas comunidades, se alzó unida contra la potencia británica. Sin apenas violencia ni guerra. Se trataba de la India y la figura más representativa y reconocible fue el irrepetible Mahatma Gandhi, pero no el único. Dicho sea de paso, a Catalunya le falta un Mahatma Gandhi y eso es digno de estudio.
Una vez arrancada la declaración de independencia a los ocupadores imperialistas, devino el enfrentamiento entre las dos comunidades y que terminó por desgajar aquella inmensa, grande y milenaria nación en dos partes irreconciliables y en permanente estado de guerra latente, a veces hasta material, que llega hasta nuestros días, al punto de que se han convertido dos potencias nucleares por causa de esa relación fraticida.
¿No es razonable asumir que similar problema y solución final, en otra escala, en otro lugar y en otra época, se pudiera dar en una potencial segregación catalana?
¿Se ha contemplado una subdivisión catalana con frontera, pongamos, en la Diagonal de Barcelona?
¿Se ha pensado que entre el 40 y el 60 por ciento de la sociedad catalana, según momentos y circunstancias, jamás dará por buena la secesión? ¿Cual será la postura del sector nacionalista frente a tal composición demográfica? ¿Van a respetar a esa minoría o les aplicarán ellos a su vez lo que en sus términos podría llamarse la "solución española"?
Ya habrá asumido el lector que tales escenarios son, no sólo posibles sino, también, reales.
Así las cosas ¿que gana Catalunya? y ¿qué ganan los catalanes, de origen o de vecindad?
En nuestra modesta opinión, la propuesta está trasnochada, no se corresponde en modo alguno con el momento histórico y es un residuo de posturas irredentas que hoy y aquí carecen de interés frente a otros mayores retos políticos. Las razones de la misma deberán aclararlas los que la promueven pero siempre e inexcusablemente respondiendo a su comportamiento del día después. Así será más fácil de entender a donde van y en qué situación quedan ellos y los que no piensan como ellos.